martes, 18 de mayo de 2021

“EL MERECIMIENTO” de Wayne W. Dyer (Libro Construye tu Destino )


Para ser un manifestador, para tomar literalmente parte en el proceso de creación de tu vida y atraer aquello que desea tu corazón, tienes que saber que eres digno de recibir. Eso significará examinar las actitudes que mantienes, consciente e inconscientemente, acerca de tu vida. Lo que debes examinar son tus pensamientos, que son los arquitectos de los cimientos de tu mundo material.

Los componentes básicos del merecimiento:

Todo aquello que necesitas dominar para lograr que este quinto principio se convierta en un modelo útil en tu vida lo tienes a tu disposición, en forma de actividad mental. No necesitas salir al mundo y conquistar nada. Se trata, simplemente, de cambiar tu mentalidad y convencerte a ti mismo de que mereces recibir todas las bendiciones de Dios, ya sean materiales o de otro tipo. Se han hecho grandes esfuerzos por condicionarnos y hacernos sentir indignos de tener todo aquello que ofrece la vida. La mayoría de nosotros hemos aceptado muchas de las cosas que nuestros egos han puesto en nuestro camino, empezando por nuestra llegada a este mundo como niños. Ciertamente, no hay nada de erróneo en asumir una actitud de pobreza y ascetismo. Si ese es tu camino, lo sabrás en lo más profundo de tu ser, y sabrás igualmente que Dios se manifiesta en todas las cosas, tanto materiales como inmateriales. No tiene ningún sentido calificar el espíritu de mejor o peor, basándose en las creaciones de Dios que cada uno elige tener en su vida. Sentirse merecedor de cualquier bendición o deseo es una característica de tu vida interior.

 

Para eliminar el estigma del egoísmo materialista, quizá necesites reacondicionar tus propias percepciones internas.

A continuación se indican las principales percepciones de los seres que saben que son dignos y merecedores de la
bendición de Dios.

1. Mi autoestima procede de mí mismo.


La afirmación de la percepción interna de la persona que piensa así puede ser más o menos la siguiente: «Como hijo de Dios, soy digno. No estoy dividido en espíritu y cuerpo, sino que más bien formo parte de la creación que lo conoce todo, llamada Dios. Soy un humano que expresa a Dios sin reservas ni restricciones».
Debes saber que formas parte de la luz que ilumina a todo hombre. Eres una demostración palpable de la existencia de Dios y llevas a Dios dentro de ti mismo, en tu propia individualidad particularizada. En consecuencia, debes decir con total convicción: «Dios está en mí y yo estoy en Dios». Esta es la verdad que te liberará de tus sentimientos de indignidad, y te permitirá atraer todo aquello que deseas.
Piensa que tus deseos de manifestar son algo que ha sido colocado ahí por el espíritu, y que esos deseos, alojados en el amor y en el servicio, son precisamente lo que Dios desea darte, y que tu deseo es el camino directo para recibir tales bendiciones. Rechaza la idea de que el deseo es egoísta y recuerda que si no tuvieras deseos, seguirías llevando una existencia infantil, rodeado de juguetes.
Cada vez que te sientas indigno de recibir tus manifestaciones, recuerda que si no tuvieras deseos, seguirías llevando una existencia infantil, rodeado de juguetes.

2. Me acepto a mí mismo sin reparos.


Una persona que se acepta a sí misma de esta manera piensa algo así: «Estoy dispuesto a afrontar todo lo que se refiere a mí mismo, sin caer en el autodesprecio y sin repudiar mi valor esencial como una pieza de Dios».
Debemos aceptarnos de modo incondicional a nosotros mismos. Aceptarse a uno mismo no significa aceptar necesariamente todo tipo de comportamientos. Se trata más bien de una negativa a participar en actos saboteadores de autodesprecio. Si te rechazas a ti mismo, no podrás sentirte digno de la munificencia del universo. Tu energía se centra en lo que hay de erróneo en ti, y te lamentas ante ti mismo y ante cualquiera que esté dispuesto a escucharte.
La autoaceptación no es nada más que un cambio en la conciencia. Sólo exige un cambio de mentalidad. Si se te cae el cabello, tienes la alternativa de disimularlo, preocuparte o aceptarlo. La aceptación significa que, en realidad, no tienes que hacer nada al respecto. Simplemente, respetas tu cuerpo y la inteligencia divina que está obrando sobre ti. Cuando algún otro te indica que tienes un problema porque se está cayendo el pelo, ni siquiera te preocupas por la observación. La aceptación elimina de un plumazo la etiqueta de «problema».

3. Acepto plenamente la responsabilidad por mi vida, por lo que es y lo que no es.


Eso supone la eliminación de nuestra fuerte inclinación, dominada por el ego, a echar a los demás la culpa por aquello que no hay en nuestras vidas. Asumir plenamente la responsabilidad significa tener conciencia del poder inherente a uno mismo. Estar dispuesto a aceptar plenamente la responsabilidad sobre ti mismo, te coloca en la postura de ser digno de recibir y atraer aquello que deseas.

Si algún otro fuera el responsable de tus defectos y le achacaras a él tus problemas, estarías diciendo con ello que para manifestar el deseo de tu corazón necesitas obtener el permiso de esa otra persona. Este acto de abdicación de la propia responsabilidad destruye la capacidad para capacitarse a uno mismo hasta alcanzar niveles superiores de conciencia. Al saber que eres responsable de cómo reaccionas ante cada situación de la vida, y que estás a solas contigo mismo, puedes situar en el universo, de un modo muy íntimo, aquello que deseas manifestar en ti mismo. Sin embargo, al echar la culpa a los demás de las situaciones que se produzcan en tu vida, desplazas el poder hacia esas otras personas, a las que consideras responsables de crear esas circunstancias.


Yo mantengo un diálogo interior privado con el universo acerca de las circunstancias que surgen en mi vida. Confío en la sabiduría divina que se ha particularizado en mí y que permite que estas cosas se produzcan. Me niego a cuestionar esa sabiduría y a atribuir a otros mi buena o mala suerte. Lo acepto todo como parte del papel que tengo en el universo, sin quejarme. La voluntad de responsabilizarte de ti mismo sin quejarte te sitúa en el flujo natural de toda la energía divina. Eso te evita tener que luchar contra el mundo, y avanzar con él. Todo aquello de lo que te quejes implica que figurativamente has de tomar las armas para combatirlo. Y todo aquello contra lo que necesites luchar no hace sino debilitarte, mientras que todo aquello sobre lo que estés a favor, te capacita.

4. Elijo no aceptar la culpabilidad en mi vida.


Esta actitud mental crea pensamientos como: «No desperdiciaré la preciosa moneda de mi vida, mi existencia actual, inmovilizado por la culpabilidad por lo que ocurrió en el pasado». 
Esta declaración exige conocer la diferencia entre a) arrepentirse de verdad y aprender del pasado, y b) pasarse la vida haciéndose reproches y sintiéndose culpable.

Al dejarte agobiar por la culpabilidad, llenas tu energía de angustia y reproche. Te haces tantos reproches que no te sientes merecedor de recibir las bendiciones del universo o de cualquiera que forme parte de él. Cuando utilizas tus comportamientos del pasado para aprender de ellos y sigues adelante, al margen de lo horribles que te hayan parecido, te liberas de la negatividad que rodea esas acciones. Perdonarse a uno mismo significa que puede extender el amor hacia sí mismo, a pesar de haber percibido dolorosamente las propias deficiencias.
Una vez aprendida esta valiosa lección, buscas también el perdón de Dios. Pero si continúas abrigando el dolor en tu interior, te sentirás indigno del perdón de Dios y, en consecuencia, no podrás aceptar ninguno de tus derechos divinos, como hijo de Dios.

5. Comprendo la importancia de que haya armonía entre mis pensamientos, mis sentimientos y mi comportamiento.


En la medida en que seas incongruente en cualquiera de estos tres ámbitos, el pensamiento, el sentimiento o el comportamiento, impedirás que se produzca el proceso de la intensificación de la conciencia y la capacidad para manifestar el deseo de tu corazón.


Este es el último de los cinco puntos que favorecen la aparición del sentimiento de que mereces recibir en tu vida la munificencia de Dios. Es también el más importante porque define tu nivel de integridad. Tener pensamientos acerca de cómo te gustaría dirigir tu vida, postular esos pensamientos como tu forma esencial de ser, y luego sentirse culpable, temeroso, angustiado o cualquier otra cosa como consecuencia de no haber estado a la altura de estos ideales, tiene como consecuencia un comportamiento adictivo, manipulador y contraproducente.

Para ser congruente debes ser honesto contigo mismo. Es crucial que examines tus pensamientos y proclames con franqueza qué es lo que eliges saber en tu interior. Aunque alguna otra persona perciba eso como una deficiencia, si eres honesto contigo mismo descubrirás que tus reacciones emocionales son consecuentes con tu mundo interior. Sentirás paz y satisfacción y eso se pondrá de manifiesto en tu comportamiento. Al ser honesto contigo mismo acerca de lo que crees, y actuar de acuerdo con tus principios, al margen de lo que puedan pensar o decir otros, promueves una sensación de paz interior que te transmite un fuerte sentido de merecimiento. Te animo a examinar cuidadosamente tus pensamientos en todos los ámbitos de tu vida, y a identificar aquellos que no estén en armonía con tus acciones. Luego, trabaja cada día para alcanzar un mayor grado de congruencia interna que satisfaga tus propias normas personales, y guárdate este proceso para ti mismo. Verás entonces que los comportamientos que te disgustan empiezan a desaparecer y que promueves una sensación de equilibrio que te aporta paz. No hay nada que tu yo superior desee más que la paz. La paz te hará sentirte digno de las más ricas bendiciones de Dios, y al irradiar eso hacia el mundo exterior, este te devolverá lo mismo.


Estas cinco actitudes te proporcionan las herramientas para crear en tu interior un ambiente que propicie tu sensación de merecimiento. Todas ellas reflejan la capacidad para vivir pacíficamente en el momento presente, y para descartar muchas de las actitudes del pasado que te mantuvieron en un estado constante de incapacitación y te hicieron sentir indigno de manifestar más bendiciones y felicidad en tu vida. Esos sentimientos persisten a menudo porque te hallas encerrado en la historia de tus primeras heridas. Para finalizar el camino que conduce al merecimiento, tienes que cortar tu relación con esas viejas heridas.


(Wayne W. Dyer de su Libro Construye tu Destino)

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