La Oracion de Sanacion, el Mantra mas
Poderoso que existe para llevar liberacion, alivio, AMOR a todos los Seres...
Recitarla y mas aun... meditarla despeja la mente, alivia el dolor en el corazon, calma las
emociones, amplía la vision de las cosas, nos ayuda a ver por encima de las
circunstancias, nos reconcilia, nos une, nos da Fuerza, nos levanta... nos
LLENA DE DIOS (Padre - Madre). mas abajo, les comparto la explicacion
metafisica de este Mantra... es muy interesante porque asi podemos MEDITAR en
ella, en vez de repetirla nada mas... recitarla desde el Alma... Les sugiero
que la lean... Almabrazos!! Lau
El Maestro Jesus nos la entrego y nos dijo: "Vosotros, pues, orad así" :
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
¿Por que esta Oracion?
El Maestro Jesus nos la entrego y nos dijo: "Vosotros, pues, orad así" :
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal. Amén.
¿Por que esta Oracion?
Esta es la explicacion que desde la
Metafisica nos comparte Conny Mendez: El Maestro Emmet Fox dice que esta oración es una fórmula compacta para el
dasarrollo espiritual; que fue compuesta por el Maestro Jesús con sumo cuidado
para el propósito específico de efectuar un cambio radical en el alma. La
oración está hecha en siete partes, o cláusulas.
Padre nuestro que estás en los Cielos. Primera cláusula
El más pobre de los padres trata de que sus hijos no sufran, no les falte nada, y si el padre es rico, vela por sus hijos y los ayuda en proporción a su riqueza. Estar en los Cielos es una condición de perfecta dicha en todos los sentidos. Si el padre es tan dichoso, tan perfecto, tan opulento, que vive y permanece “en los cielos”, es lógico, es seguro que fuera de toda posibilidad de duda que habrá asegurado a sus hijos a prueba de adversidad! Esta es la idea contenida en las palabras “que estás en los cielos”. Tómala, medítala y ÚSALA en todas las circunstancias de tu vida. Como es la Verdad, ella te hará libre.
Al pronunciar las dos palabras PADRE NUESTRO, estarás admitiendo, confesando, y afirmando que el Padre tuyo es también el de todos. Estarás admitiendo, confesando y afirmando que todos somos hermanos. Estarás orando por el prójimo y cumpliendo con la Ley del Amor, ya que todo lo que viene después en la oración habrá sido precedido por ese requisito: ¡que los estarás pidiendo en nombre de todos nosotros tus hermanos! Dilo con esa intención y... ¡bendito seas, hermano!
El hijo siempre tiene que ser de la misma naturaleza del padre. No se concibe que un caballo pueda engendrar a una cabra, que una hormiga pueda engendrar a una abeja, que un pájaro pueda empollar a una orquídea, que un hombre pueda darle el ser a un ratón.
Si el padre es Espíritu divino con todos los dones y poderes; si vive en estado de gracia, por lo cual todo lo que desea, idea, afirma o decreta se manifiesta al instante, el hijo participa de su misma sangre, naturaleza, dones y poderes. No puede ser de otra manera. Estamos los hijos en los cielos, en estado de Gracia y todo lo que tenemos que hacer es descubrir la manera de manifestarlo. Te estoy enseñando a manifestarlo. Estás en los Cielos, si tú lo deseas, y no es que tengas que convertirte en un asceta, un mártir, un anacoreta, nada de eso. Vive en tu mundo. Te lo asignó el Padre Nuestro. Goza tu Cielo, pero recuerda darle gracias y di una vez diaria la Primera Cláusula con toda la atención e intención de que seas capaz.
Santificado sea tu nombre. Segunda cláusula.
El nombre de Dios es “YO SOY”, ya lo sabes. Se lo dijo el Espíritu a Moisés cuando éste se lo preguntó. También sabes que no debes, ni puedes calificar ese nombre con cosa alguna que no sea la perfección, pues si dices, o piensas YO SOY (cualquier afirmación negativa e imperfecta, estarás mintiendo y el castigo es la manifestación en tu persona de aquello que te has atrevido a afirmar).
Al pronunciar las cuatro palabras de la segunda cláusula, habrás expresado el deseo de que tus hermanos, tus prójimos y tú mismo conserven el nombre de Dios santificado, tal cual ES. O sea, que ya estás lanzando la imagen y vibración de un lenguaje depurado de toda mentira, de toda infamia, de toda falsificación, error, enfermedad, de toda imperfección. Cuando repitas la oración, piensa la Verdad de esta cláusula... y que el Padre te oiga, hermano!
Venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu voluntad aquí en la Tierra como en el Cielo. Tercera cláusula.
Ya te lo dije, la intención del Padre, la Voluntad del Padre para sus hijos, es perfecta. Su sabiduría, Su Amor, Su Omnipotencia lo ha dispuesto así; pero Su Justicia infinita también ha dispuesto que nadie ni nada interfiera entre Sus hijos y el deseo que ellos expresen.
Un padre tan sabio, sabe que a un niño se le guía sin obligarlo. Se le enseña sin forzarlo, y que tiene que sufrir caídas y golpes para poder aprender a caminar. En el Reino de los Cielos el niño es soberano. Nadie lo cohibe, todo el mundo respeta su libertad y su deseo, pero enseñándolo con inmenso amor. El niño pronto aprende que los mayores no hablan por molestarlo. Que siempre es para advertirles algo que, por el contrario, los salvará de una consecuencia desagradable. Esa es la condición del Reino. Por eso cuando decimos “Venga a nos Tu Reino”, estamos pidiéndole al Padre que nos haga agradables nuestras relaciones con nuestros hermanos, maestros, guías, vecinos, etc. Es el amor lo que rige en el Reino, lo que dicta la conducta, lo que da la incansable comprensión. La Voluntad del Padre es que los maestros nos enseñen por radiación, por inspiración directa al corazón, para que tengamos una evolución sin retardos, sin tropiezos. La Vountad del Padre, que señalamos en la Primera Cláusula, es la que rigiendo en los Cielos, deseamos verla aquí en la Tierra, y es la que volvemos a pedir en la Tercera Cláusula.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Cuarta Cláusula.
La palabra PAN es simbólica de todo lo que podemos necesitar en este momento. Sabido es que el pan permanece fresco sólo un día. Mañana ya estará duro, sin sabor. Es por eso que la frase dice “de cada día”. Lo necesitamos hoy. El padre ha dispuesto que todo lo que vayamos necesitando, a medida que sintamos la necesidad, se nos vaya realizando. Eso todo está dispuesto ya. Es nuestro ya. La cláusula lo dice: el Pan NUESTRO... y DE CADA DÍA. Al mismo tiempo reconocemos que es NUESTRO. No sólo tuyo ni mío, sino de todos. Estamos allí mismo pidiendo que se le dé a todos y cada uno lo que le sea necesario en un momento oportuno.
No te llenes de pánico porque creas que algo se va a retardar, que las cosas no te van a alcanzar, porque temas que se acaben antes de tiempo, etc. Sólo tienes que enfrentarte a esta aparente necesidad con la frase que encabeza esta cláusula, o suavemente reclamar lo tuyo:
“PADRE, YA TÚ DISPUSISTE QUE YO TUVIERA ESTO. DESEO EN ARMONÍA PARA TODOS, BAJO LA GRACIA Y DE MANERA PERFECTA QUE SEA MANIFESTADO, GRACIAS PADRE QUE YA ME OÍSTE Y SIEMPRE ME OYES”!
La prueba de que todo nos ha sido concedido antes de pedirlo es lo siguiente: Seguramente que en el día de hoy tienes todo cubierto, ¿no es así? Todo el dinero que te es menester lo tienes para el día de hoy, ¿verdad?, pues mañana será otro “hoy”. Lo mismo la semana que viene o el mes que viene. No te preocupes, pues el Padre ha dicho: “ANTES DE QUE LLAMEN HABRÉ OÍDO, Y ANTES DE QUE TERMINEN DE HABLAR HABRÉ RESPONDIDO”.
Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Quinta Cláusula.
Todas las faltas que cometemos son siempre el mal uso de la energía divina que nos es entregada por toneladas cada minuto, en cada latido del corazón. Tenemos pues grandes deudas con el Padre porque hemos desperdiciado Su energía, a veces despilfarrando toneladas de energía en ataques de ira y de violencia. Si le pedimos perdón al Padre instantáneamente, el daño no es tan grande, el castigo no se materializa, primero porque “PECADO RECONOCIDO ES PECADO PERDONADO”, y segundo, porque el Padre siempre nos ha perdonado ya. Somos nosotros mismos los que tenemos que perdonarnos, y esto lo hacemos al reconocer que hemos faltado.
Ahora el punto clave de la cláusula: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Así como tú te conduces hacia tu prójimo, así puedes esperar que el Padre se comporte contigo. Mas, no es el Padre directamente quien te da la recíproca, sino Sus Leyes y Principios. El Padre es siempre Misericordia y Perdón. Son las Leyes las que dan a cada uno su merecido.
Jesús compuso la oración con tal maestría que nosotros, al pedir perdón, si no hemos perdonado a nuestro hermano antes, se nos atajará el pedido en la garganta, no podremos seguir adelante y tenemos que salir a arreglar las cosas cuanto antes.
Si eres de los que ves que todo se te está entorpeciendo, que todo lo que emprendes lo sacas a duras penas, con luchas gigantescas, no se te ocurra decir que es que “no tienes suerte”, o que “tienes muy mala pata” ¡Mentira! Lo que pasa es que eres duro con tu hermano, no has perdonado a alguien, o continuamente culpas a otros por tus fracasos. Primero perdona a todo el mundo. Hazte la obligación de decir esta frase antes de poner tu cabeza en la almohada de noche:
“PERDONO A TODO EL QUE NECESITE MI PERDÓN. A TODO HOMBRE, MUJER O NIÑO. ME PERDONO YO MISMO Y PIDO PERDÓN AL PADRE”.
Y que tu dicho sea sincero, absoluto, amplio, pues si queda en tí algún pequeño resentimiento contra alguien o algo, será un muro entre tú y el Padre. Un muro entre tú y las manifestaciones de paz y prosperidad.
De ninguna manera repitas el acto de perdón que le hagas a alguien, pues sería como reconocer que tu perdón no tiene gran validez. Cada vez que te venga a la mente, siempre di: “YO YA LO PERDONÉ”.
No nos dejes caer en la tentación, y libranos del mal. Sexta Cláusula.
El Padre no nos manda tentaciones. La verdad de esta frase es que tanto más elevación tienes alcanzada, tanto más susceptible, sensible te haces, y te esperan poderosas y sutiles tentaciones contra las cuales debes estar en guardia. La peor de todas es el ORGULLO ESPIRITUAL. Esto levanta un muro de acero entre el individuo y su Dios. Contra esto hay que afirmar a menudo el famoso dicho del Maestro Jesús “Soy manso y humilde de corazón”. Esto último te indica que es la petición del corazón la que es contestada. Si tú pides “NO ME DEJES DESPERDICIAR OPORTUNIDADES DE HACER EL BIEN” verás cómo eres protegido contra el desperdicio. Pues si tú pides que no se te deje caer en aquellas tentaciones sutiles, serás atendido y protegido, porque bien claro lo dice la Biblia, “si el hijo pide pan al Padre no le dará una serpiente!”
Dicen que el peor de los pecados es aquel del cual no estamos conscientes. Pídele al Padre que te muestre tus faltas ocultas. Pídele al Padre que no te deje ser víctima de cosas como el trabajar para tu propia gloria, o de ejercer preferencias personales en tu ayuda y servicio a la humanidad. Pide y se te dará. Toca y te será abierto. Busca y encontrarás.
Líbranos de todo mal. Esto no necesita explicación, pero sobre todo, pide que se te haga comprender cuán irreal es el llamado “mal”. Eso no existe, ya que la apariencia de todo mal es simplemente un estado en que impera el polo negativo al cual sólo le falta el polo positivo para convertirse en el Bien evidente. No puede existir algo que no tenga ambos polos. Lo que esté expresando únicamente su polo negativo se equilibra y parece desaparecer en cuanto se le polariza con el positivo...
Pues Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria. Séptima Cláusula.
¡Sabia y potente afirmación! Con ella se te obliga a reconocer al Padre como Única Presencia y Único Poder. Se te obliga a disolver el orgullo espiritual, la última de las faltas a superar. El ejemplo de tremendo castigo que acarrea esta falta lo han dado en la “caída” del más glorioso de los ángeles, LUZBEL, que se convirtió en LUCIFER por el pecado de orgullo. Esto debe ser una alegoría porque ningún Maestro nombra a semejante personaje; pero sea lo que fuera, la afirmación última del Padre Nuestro lleva la misión deliberarnos del último de los peligros, siempre que sea dicha con intención, fervor y devoción sincera.
Padre nuestro que estás en los Cielos. Primera cláusula
El más pobre de los padres trata de que sus hijos no sufran, no les falte nada, y si el padre es rico, vela por sus hijos y los ayuda en proporción a su riqueza. Estar en los Cielos es una condición de perfecta dicha en todos los sentidos. Si el padre es tan dichoso, tan perfecto, tan opulento, que vive y permanece “en los cielos”, es lógico, es seguro que fuera de toda posibilidad de duda que habrá asegurado a sus hijos a prueba de adversidad! Esta es la idea contenida en las palabras “que estás en los cielos”. Tómala, medítala y ÚSALA en todas las circunstancias de tu vida. Como es la Verdad, ella te hará libre.
Al pronunciar las dos palabras PADRE NUESTRO, estarás admitiendo, confesando, y afirmando que el Padre tuyo es también el de todos. Estarás admitiendo, confesando y afirmando que todos somos hermanos. Estarás orando por el prójimo y cumpliendo con la Ley del Amor, ya que todo lo que viene después en la oración habrá sido precedido por ese requisito: ¡que los estarás pidiendo en nombre de todos nosotros tus hermanos! Dilo con esa intención y... ¡bendito seas, hermano!
El hijo siempre tiene que ser de la misma naturaleza del padre. No se concibe que un caballo pueda engendrar a una cabra, que una hormiga pueda engendrar a una abeja, que un pájaro pueda empollar a una orquídea, que un hombre pueda darle el ser a un ratón.
Si el padre es Espíritu divino con todos los dones y poderes; si vive en estado de gracia, por lo cual todo lo que desea, idea, afirma o decreta se manifiesta al instante, el hijo participa de su misma sangre, naturaleza, dones y poderes. No puede ser de otra manera. Estamos los hijos en los cielos, en estado de Gracia y todo lo que tenemos que hacer es descubrir la manera de manifestarlo. Te estoy enseñando a manifestarlo. Estás en los Cielos, si tú lo deseas, y no es que tengas que convertirte en un asceta, un mártir, un anacoreta, nada de eso. Vive en tu mundo. Te lo asignó el Padre Nuestro. Goza tu Cielo, pero recuerda darle gracias y di una vez diaria la Primera Cláusula con toda la atención e intención de que seas capaz.
Santificado sea tu nombre. Segunda cláusula.
El nombre de Dios es “YO SOY”, ya lo sabes. Se lo dijo el Espíritu a Moisés cuando éste se lo preguntó. También sabes que no debes, ni puedes calificar ese nombre con cosa alguna que no sea la perfección, pues si dices, o piensas YO SOY (cualquier afirmación negativa e imperfecta, estarás mintiendo y el castigo es la manifestación en tu persona de aquello que te has atrevido a afirmar).
Al pronunciar las cuatro palabras de la segunda cláusula, habrás expresado el deseo de que tus hermanos, tus prójimos y tú mismo conserven el nombre de Dios santificado, tal cual ES. O sea, que ya estás lanzando la imagen y vibración de un lenguaje depurado de toda mentira, de toda infamia, de toda falsificación, error, enfermedad, de toda imperfección. Cuando repitas la oración, piensa la Verdad de esta cláusula... y que el Padre te oiga, hermano!
Venga a nosotros Tu Reino, hágase Tu voluntad aquí en la Tierra como en el Cielo. Tercera cláusula.
Ya te lo dije, la intención del Padre, la Voluntad del Padre para sus hijos, es perfecta. Su sabiduría, Su Amor, Su Omnipotencia lo ha dispuesto así; pero Su Justicia infinita también ha dispuesto que nadie ni nada interfiera entre Sus hijos y el deseo que ellos expresen.
Un padre tan sabio, sabe que a un niño se le guía sin obligarlo. Se le enseña sin forzarlo, y que tiene que sufrir caídas y golpes para poder aprender a caminar. En el Reino de los Cielos el niño es soberano. Nadie lo cohibe, todo el mundo respeta su libertad y su deseo, pero enseñándolo con inmenso amor. El niño pronto aprende que los mayores no hablan por molestarlo. Que siempre es para advertirles algo que, por el contrario, los salvará de una consecuencia desagradable. Esa es la condición del Reino. Por eso cuando decimos “Venga a nos Tu Reino”, estamos pidiéndole al Padre que nos haga agradables nuestras relaciones con nuestros hermanos, maestros, guías, vecinos, etc. Es el amor lo que rige en el Reino, lo que dicta la conducta, lo que da la incansable comprensión. La Voluntad del Padre es que los maestros nos enseñen por radiación, por inspiración directa al corazón, para que tengamos una evolución sin retardos, sin tropiezos. La Vountad del Padre, que señalamos en la Primera Cláusula, es la que rigiendo en los Cielos, deseamos verla aquí en la Tierra, y es la que volvemos a pedir en la Tercera Cláusula.
Danos hoy nuestro pan de cada día. Cuarta Cláusula.
La palabra PAN es simbólica de todo lo que podemos necesitar en este momento. Sabido es que el pan permanece fresco sólo un día. Mañana ya estará duro, sin sabor. Es por eso que la frase dice “de cada día”. Lo necesitamos hoy. El padre ha dispuesto que todo lo que vayamos necesitando, a medida que sintamos la necesidad, se nos vaya realizando. Eso todo está dispuesto ya. Es nuestro ya. La cláusula lo dice: el Pan NUESTRO... y DE CADA DÍA. Al mismo tiempo reconocemos que es NUESTRO. No sólo tuyo ni mío, sino de todos. Estamos allí mismo pidiendo que se le dé a todos y cada uno lo que le sea necesario en un momento oportuno.
No te llenes de pánico porque creas que algo se va a retardar, que las cosas no te van a alcanzar, porque temas que se acaben antes de tiempo, etc. Sólo tienes que enfrentarte a esta aparente necesidad con la frase que encabeza esta cláusula, o suavemente reclamar lo tuyo:
“PADRE, YA TÚ DISPUSISTE QUE YO TUVIERA ESTO. DESEO EN ARMONÍA PARA TODOS, BAJO LA GRACIA Y DE MANERA PERFECTA QUE SEA MANIFESTADO, GRACIAS PADRE QUE YA ME OÍSTE Y SIEMPRE ME OYES”!
La prueba de que todo nos ha sido concedido antes de pedirlo es lo siguiente: Seguramente que en el día de hoy tienes todo cubierto, ¿no es así? Todo el dinero que te es menester lo tienes para el día de hoy, ¿verdad?, pues mañana será otro “hoy”. Lo mismo la semana que viene o el mes que viene. No te preocupes, pues el Padre ha dicho: “ANTES DE QUE LLAMEN HABRÉ OÍDO, Y ANTES DE QUE TERMINEN DE HABLAR HABRÉ RESPONDIDO”.
Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Quinta Cláusula.
Todas las faltas que cometemos son siempre el mal uso de la energía divina que nos es entregada por toneladas cada minuto, en cada latido del corazón. Tenemos pues grandes deudas con el Padre porque hemos desperdiciado Su energía, a veces despilfarrando toneladas de energía en ataques de ira y de violencia. Si le pedimos perdón al Padre instantáneamente, el daño no es tan grande, el castigo no se materializa, primero porque “PECADO RECONOCIDO ES PECADO PERDONADO”, y segundo, porque el Padre siempre nos ha perdonado ya. Somos nosotros mismos los que tenemos que perdonarnos, y esto lo hacemos al reconocer que hemos faltado.
Ahora el punto clave de la cláusula: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Así como tú te conduces hacia tu prójimo, así puedes esperar que el Padre se comporte contigo. Mas, no es el Padre directamente quien te da la recíproca, sino Sus Leyes y Principios. El Padre es siempre Misericordia y Perdón. Son las Leyes las que dan a cada uno su merecido.
Jesús compuso la oración con tal maestría que nosotros, al pedir perdón, si no hemos perdonado a nuestro hermano antes, se nos atajará el pedido en la garganta, no podremos seguir adelante y tenemos que salir a arreglar las cosas cuanto antes.
Si eres de los que ves que todo se te está entorpeciendo, que todo lo que emprendes lo sacas a duras penas, con luchas gigantescas, no se te ocurra decir que es que “no tienes suerte”, o que “tienes muy mala pata” ¡Mentira! Lo que pasa es que eres duro con tu hermano, no has perdonado a alguien, o continuamente culpas a otros por tus fracasos. Primero perdona a todo el mundo. Hazte la obligación de decir esta frase antes de poner tu cabeza en la almohada de noche:
“PERDONO A TODO EL QUE NECESITE MI PERDÓN. A TODO HOMBRE, MUJER O NIÑO. ME PERDONO YO MISMO Y PIDO PERDÓN AL PADRE”.
Y que tu dicho sea sincero, absoluto, amplio, pues si queda en tí algún pequeño resentimiento contra alguien o algo, será un muro entre tú y el Padre. Un muro entre tú y las manifestaciones de paz y prosperidad.
De ninguna manera repitas el acto de perdón que le hagas a alguien, pues sería como reconocer que tu perdón no tiene gran validez. Cada vez que te venga a la mente, siempre di: “YO YA LO PERDONÉ”.
No nos dejes caer en la tentación, y libranos del mal. Sexta Cláusula.
El Padre no nos manda tentaciones. La verdad de esta frase es que tanto más elevación tienes alcanzada, tanto más susceptible, sensible te haces, y te esperan poderosas y sutiles tentaciones contra las cuales debes estar en guardia. La peor de todas es el ORGULLO ESPIRITUAL. Esto levanta un muro de acero entre el individuo y su Dios. Contra esto hay que afirmar a menudo el famoso dicho del Maestro Jesús “Soy manso y humilde de corazón”. Esto último te indica que es la petición del corazón la que es contestada. Si tú pides “NO ME DEJES DESPERDICIAR OPORTUNIDADES DE HACER EL BIEN” verás cómo eres protegido contra el desperdicio. Pues si tú pides que no se te deje caer en aquellas tentaciones sutiles, serás atendido y protegido, porque bien claro lo dice la Biblia, “si el hijo pide pan al Padre no le dará una serpiente!”
Dicen que el peor de los pecados es aquel del cual no estamos conscientes. Pídele al Padre que te muestre tus faltas ocultas. Pídele al Padre que no te deje ser víctima de cosas como el trabajar para tu propia gloria, o de ejercer preferencias personales en tu ayuda y servicio a la humanidad. Pide y se te dará. Toca y te será abierto. Busca y encontrarás.
Líbranos de todo mal. Esto no necesita explicación, pero sobre todo, pide que se te haga comprender cuán irreal es el llamado “mal”. Eso no existe, ya que la apariencia de todo mal es simplemente un estado en que impera el polo negativo al cual sólo le falta el polo positivo para convertirse en el Bien evidente. No puede existir algo que no tenga ambos polos. Lo que esté expresando únicamente su polo negativo se equilibra y parece desaparecer en cuanto se le polariza con el positivo...
Pues Tuyo es el Reino, el Poder y la Gloria. Séptima Cláusula.
¡Sabia y potente afirmación! Con ella se te obliga a reconocer al Padre como Única Presencia y Único Poder. Se te obliga a disolver el orgullo espiritual, la última de las faltas a superar. El ejemplo de tremendo castigo que acarrea esta falta lo han dado en la “caída” del más glorioso de los ángeles, LUZBEL, que se convirtió en LUCIFER por el pecado de orgullo. Esto debe ser una alegoría porque ningún Maestro nombra a semejante personaje; pero sea lo que fuera, la afirmación última del Padre Nuestro lleva la misión deliberarnos del último de los peligros, siempre que sea dicha con intención, fervor y devoción sincera.
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